Arit era un viejo asceta que vivía en una cueva cercana a Bara Bangal en lo más remoto de los montes Himalayas, a pesar de no haber hablado con nadie en cerca de veinte años, de él se hablaba mucho en los pueblos aledaños, algunas de las leyendas decían que era un santo y que bastaba con verlo para sanar de cualquier mal, cuando empezó este rumor muchos enfermos empezaron a subir a las montañas en su búsqueda, la mayor parte no regresaba nunca y entonces se inició una nueva historia de que aquel anacoreta era un demonio que se alimentaba de carne humana.
Cierto día mientras meditaba, Arit finalmente tuvo esa epifanía que con tanta fuerza había buscado, por algunos instantes, que pudieron ser minutos o años, el universo se hizo pequeño para sus ojos, nada quedó fuera de su vista, ninguna verdad fuera de su alcance, ningún secreto sin revelar. Una vez hubo regresado de su trance, observó lo que había a su alrededor y se desplomó al suelo aullando en un llanto desconsolado, “¡Oh Señor!” susurraba sin encontrar las fuerzas para enderezarse “hoy finalmente lo veo todo tan claro… ¿Cómo pude ser tan ciego?” Se estiraba esa larga barba cana como si se la quisiera arrancar, “veinte años en que no pasé un solo minuto sin pasar hambre, sin extrañar el cuerpo de mi esposa… veinte años de que abandoné a mi familia… ¡y hoy vienes a decirme que este no era el camino... que desperdicié mi vida…!”. Arit lloró por varios años, lloró tanto que quedo ciego… “ahora que sé que puedo comer a placer, ya ni siquiera siento hambre, ahora que sé que puedo hablar, mi lengua no tiene nada que decir , ahora sé que puedo contemplar y sentir la belleza, mis ojos están muertos… mi piel petrificada…”, después de decir esto hizo una pausa larga, se puso de rodillas y continuó “Señor mío, esta vida tuve mi oportunidad y fallé miserablemente, para mí ya no hay reversa ni arreglo, es muy tarde… lo único que te pido es que tengas piedad de mí y me lleves… quiero volver a empezar, sé que si me das otra oportunidad lo haré correctamente esta vez”, por instantes imaginó todas las posibilidades que tendría al nacer nuevamente, y sonrió. Se dice que si repites un ruego por treinta días seguidos el señor Shiva finalmente te escucha y concede aquello que tu karma estuvo pidiendo. Poco antes de iniciar su súplica del trigésimo primer día, Arit murió de hambre y sed. Cien años terrestres más tarde, en un pueblo perdido del sur de México, el tan famoso y milagroso Padre Ramiro lloraba en su habitación mientras repetía “Señor mío, esta vida tuve mi oportunidad y fallé miserablemente, para mí ya no hay reversa ni arreglo, es muy tarde…”.
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Bhanu K.N. Archivos
Agosto 2023
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